Es tal la inmensidad de Dios, que a pesar de no «caber» en un lugar acotado por ser infinito, ÉL se presta a adaptarse a las necesidades del hombre.
Qué marabilla.
(A las necesidades, pero no a los caprichos, como un Buen Padre que ES).
A ÉL lo que realmente le importa, es la actitud concreta del hombre que se le entrega incondicionalmente dejándose impresionar por ÉL.
[Hech.7.48] si bien es cierto que el Altísimo no habita en casas hechas por la mano del hombre. Así lo dice el Profeta:
[Hech.7.49] El cielo es mi trono,
y la tierra la tarima de mis pies.
¿Qué casa me edificarán ustedes,
dice el Señor,
o dónde podrá estar mi lugar de reposo?
[Hech.7.50] ¿No fueron acaso mis manos
las que hicieron todas las cosas?
[Is.66.1] Así habla el Señor:
El cielo es mi trono
y la tierra, el estrado de mis pies.
¿Qué casa podrán edificarme ustedes
y dónde estará el lugar de mi reposo?
[Is.66.2] Todo esto lo hizo mi mano
y todo me pertenece (oráculo del Señor).
Aquel hacia quien vuelvo la mirada
es el pobre, de espíritu acongojado,
que se estremece ante mis palabras.
¡Entrégate a Dios!
¡Déjate impresionar por ÉL!
Y verás como para ÉL no hay NADA imposible.