Primero lean este registro, del año 250 d.C., relativo a San Pionio, Obispo de Esmirna, y luego, respóndanme como se puede conciliar esto con las calumnias que dicen de que Constantino fundó La Iglesia Católica en el año 313, siendo que lo que él hizo fue darle libertad de culto.
[…]
Y nuevamente le dijo Pionio a Polemón:
—Si tienes órdenes de convencer o de castigar, es preciso que castigues, puesto que convencer no puedes.Entonces Polemón, picado de la aspereza de esta palabra:
—Sacrifica—le dijo.Pionio:
—No quiero sacrificar.Díjole el otro de nuevo:
—¿Por qué no?Pionio:
—Porque soy cristiano.Polemón:
—¿A qué Dios adoras?Respondió Pionio:
—Al Dios omnipotente, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto en ellos se contiene, y también a todos nosotros; al que nos da cuanto tenemos y a quien hemos conocido por su Verbo, Jesucristo.Polemón:
—Por lo menos, sacrifica al emperador.Pionio:
—Yo no estoy dispuesto a sacrificar a un hombre.Después de esto, en presencia de un notario que anotara en sus tablillas de cera las respuestas, Polemón le fue preguntando a Pionio:
—¿Cómo te llamas?Pionio respondió:
Cristiano.Polemón: ¿De qué Iglesia?
Pionio:
De la católica.Al cabo de unos días, según era costumbre, vino el procónsul a Esmirna y, presentado Pionio ante el tribunal, empezó así el interrogatorio:
¿Cómo te llamas?Respondió Pionio:
—Pionio.El procónsul:
—Sacrifica.Pionio:
—De ninguna manera.El procónsul:
—¿De ‘qué secta eres?Pionio:
—De la católica.El procónsul:
—¿De qué católica?Pionio:
—Sacerdote de la Iglesia católica.El procónsul:
—¿Eres tú maestro de ellos?Pionio:
—Enseñaba.El procónsul:
—Enseñabas la necedad.Pionio:
—La piedad.El procónsul:
—¿Qué piedad?PIONIO:
—La piedad que se debe al Dios que hizo el cielo, la tierra y el mar.El procónsul:
—Sacrifica.
Pionio:
—Yo he aprendido a adorar al Dios vivo.El procónsul:
—Nosotros adoramos a todos los dioses, al cielo y a los que están en él.
¿A qué miras al aire? Sacrifica.Pionio:
—Yo no miro al aire, sino al que hizo el aire.El procónsul:
—Di quién lo hizo.Pionio:
—No puede decirse su nombre.El procónsul:
—Preciso es que digas que fue Júpiter, que está en el cielo, que comparten con él todos los dioses y diosas. Luego sacrifica al que es rey de todos los dioses y del cielo mismo.Como Pionio nada respondiese, mandó el procónsul que le colgaran del potro para arrancarle por tormentos lo que no había podido por palabras.
Sometido, pues, al tormento, le dijo el procónsul:
—Sacrifica.Pionio:
—De ninguna manera.
El procónsul:
—Muchos han sacrificado y, evitando los tormentos, gozan de la luz. Sacrifica tú también.Pionio:
—No sacrifico.El procónsul:
—Sacrifica.Pionio:
—Jamás.El procónsul:
—¿En absoluto?Pionio:
—¡En absoluto!El procónsul:
—¿A qué tan arrogante te apresuras a ir a la muerte por no sé qué persuasión? ¡Haz lo que se te manda!Pionio:
—Yo no soy arrogante, sino que temo al Dios eterno.El procónsul:
—¿Qué dices? ¡Sacrifica!Pionio:
—Ya has oído que temo al Dios vivo.El procónsul:
—Sacrifica a los dioses.Pionio:
—No puedo.Ante esta firme y resuelta actitud del bienaventurado mártir, tuvo el procónsul larga deliberación con su asesor y, por fin, se volvió otra vez a Pionio y le dijo:
—¿Persistes en tu propósito y no te arrepientes siquiera tarde?Pionio:
—De ninguna manera.El procónsul:
—Tienes libre poder para pensar con mejor acuerdo y larga deliberación lo que te convenga.Pionio:
—No tengo que deliberar nada.El procónsul:
—Como tienes prisa por morir, serás quemado vivo.Y mandó leer la sentencia de la tablilla:
«A Pionio, hombre de mente sacrílega, que ha confesado ser cristiano, mando sea abrasado por las llamas vengadoras, para que ello infunda terror a los hombres y satisfaga a la venganza de los dioses.»